Qué tristeza la suya. La del licántropo, me refiero. Por un lado, los hombres-lobo nos producen instintiva repulsión. Nos provocan rechazo porque son el fruto insólito de una dentellada, porque son híbridos antinaturales, compuestos informes; pero sobre todo porque su apariencia extraña, inaudita, parece revelar la perversidad de su alma menoscabada, sin interlocutor.
¿A qué se debe su ferocidad lunática, esa ferocidad que, por ser hombre, es maldad? El licántropo es un humano monstruoso, desamparado, sin identidad definida ni estable, un humano que experimenta una metamorfosis con la Luna llena, un ser que da aullidos de soledad y que mata provocando dolor gratuito. Es la suya una doble naturaleza, mitad hombre, mitad bestia, y eso, esa aleación incongruente, nos repugna, pues atenta contra el buen sentido y el orden natural, contra la sensatez y la estabilidad previsible de las cosas.
El género de terror hizo suyo este miedo ancestral al híbrido, al monstruo, a la metamorfosis, porque ese cambio de naturaleza explicaría los instintos más dañinos, la propensión a infligir mal que anida en nuestra alma. Pulsión de muerte, la llamó Freud.
Bola extra:
Míralas.
Seres de fortuna y gran corazón.
Heroínas adoradas ciegamente.
Condenadas a vivir amor y lujo.
Cuerpos de Gloria.
Grandes Historias.
Queremos Más.
Lucen tan bellas....
Son como tú.
¿Son como tú?
Mírame.
La sombra del amor fugaz
Desnuda.
domingo, 13 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Brindemos por el amor que ya se fue. Por ti. Por mi. Guardaré mi libertad.
Publicar un comentario